¡Qué
mala es la envidia! Ese veneno que corroe las entrañas de quien la padece y que
enferma el alma, arrasando con cualquier sensación de felicidad y bienestar…
Ser envidiosa es uno de los
peores sentimientos que puedan tenerse, pero…
Ser envidiada también puede
acabar provocando sufrimiento y soledad.
La mujer que siente envidia sufre odiando las virtudes de las demás,angustiada
por no encontrarlas en sí misma. Incapaz de enfocarse en ser feliz, elige
desfavorecer a las demás ante el resto del mundo.
Pero, ¿cómo se siente la mujer
envidiada?
Esa mujer que, sin proponérselo,
destaca del resto por su belleza, su inteligencia, su talento… o
simplemente, por llevar una vida feliz. Ella también sufre, sin merecerlo.
Cuando una mujer brilla con luz propia,
algunas mujeres se sienten amenazadas, llegando a hacerle el vacío, a
criticarla… y hasta ridiculizarla. Recordemos la leyenda de “La luciérnaga y la serpiente”, donde
la serpiente odiaba a la luciérnaga y la perseguía día y noche, sencillamente,
porque no soportaba la luz con la que brillaba.
Cuando te sientes desplazada y rechazada durante mucho tiempo, acabas
sintiéndote culpable de ser tú misma, de que las demás se sientan
mal estando a tu lado, de aquello que te caracteriza y te hace especial. Llega un momento en el que desearías que tu luz se apagase,
para no sentirte ni tan sola ni tan perdida, para ganarte la aceptación del
grupo.
Pero, ¿acaso es tu culpa el haber
sido bendecida con cualidades? ¿Acaso no has sido tú la que ha cultivado
tus virtudes, la que se arregla por las mañanas, la que ha trabajado duro para
que hoy te vaya bien en tu trabajo, en tu vida? ¿No has sido tú la
responsable de convertirte en la mujer que eres hoy? ¿Crees que le debes
algo a alguien?
Detrás
de las cosas buenas de tu vida hay esfuerzo y dedicación. No te sientas en deuda con nadie.
Tú, como
la luciérnaga, eres dueña de tu vida. Tienes todo el derecho a brillar, a
resplandecer, a destacar en todo lo que la vida te permita, a no dejar que
nadie apague tu luz, jamás. Las demás son responsables de su propia vida y de
buscar su felicidad.
Ninguna
persona que desee hacerte sombra es digna de ser tu amiga.
La mujer que culpa a las demás, no sólo no se gusta a sí misma, sino que no tiene el valor de mirarse al espejo y enfrentarse a sus fantasmas, a mejorar aquello que no le gusta, ni de sí misma, ni de su vida. Y ése no es tu problema.
La mujer que culpa a las demás, no sólo no se gusta a sí misma, sino que no tiene el valor de mirarse al espejo y enfrentarse a sus fantasmas, a mejorar aquello que no le gusta, ni de sí misma, ni de su vida. Y ése no es tu problema.
Seamos mujeres de corazón noble y
humilde, pero no nos sintamos responsables de las carencias ajenas.
Despreocúpate y vive feliz. Si naciste
hermosa, disfrútalo; si eres inteligente y habilidosa, poténcialo;
si tu vida es feliz y armoniosa, no te sientas culpable. Rodéate siempre
de personas que te quieran de verdad, que se alegren de tus logros y de tu
felicidad y que compartan la suya contigo.
Si cada una de nosotras se atreviera
a brillar con su propia luz, ni en un solo rincón del planeta reinaría la
oscuridad.
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